Una gran nube celestina, opaca la claridad de una luna que duerme.
El sembrado son solo hileras de siluetas mudas moviéndose suavemente. Noctámbulas luciérnagas alumbran los pasos sigilosos de los dos pequeños. La ansiedad los envuelve en el frio de la espera ... es el momento y entre olores de yerbabuena fresca, apretan la boca para no hacer ruido y aguantan el miedo mientras avanzan por entre los surcos del sembrado, haciéndose aún más pequeños para no ser vistos. Se detienen ... con manos frias, temblorosas, palpan los tallos buscando los más gruesos, los que les prometen recompensa a su audacia - esta parece buena - susurra la pequeña voz. Sus manos se meten entre la tierra con la suavidad de una caricia y en ritual aprendido la levantan .. una ... dos ... tres ... cuatro .... cinco ... - y están grandes - dice mientras voltea a mirar a su complice, que ya deposita el botín en un pequeño saco.
En silencio y con una reverencia casi sacramental después de ultrajarlas, las siembran de nuevo; con sus pequeños pies afirman la tierra y tocan sus hojas como pidiéndoles perdón ..
En silencio y empequeñecidos aún, retoman el camino. El saco a la espalda dibuja la caprichosa sombra de un ser que ha emergido de la tierra.
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